Otro día más suena mi despertador, la misma melodía que me habla de una chica guapa que encuentra el amor de su vida. No se porque aún la tengo en el móvil, la apago de un manotazo y me pongo en pie.
He aprendido a peinarme sin espejos y hasta creo que me queda bien, enciendo la televisión para ver las noticias aunque nada me interesa.
Miro la hora y me pongo en pie ya que ya mismo será hora de comer, hoy quiero comida china. Saco una lata de cerveza, cojo la guía y llamó al primer restaurante chino que aparece aunque tardará en venir yo ya tengo cerca mi máscara.
Tras el accidente no quería usarla pero veía como la gente me miraba de reojo, los niños se reían y los conocidos venían a preguntar. No era agradable explicar como por culpa de un niñito que conducía borracho perdí a mi familia y con ellos mi belleza.
La verdad que nunca fui un chico espectacular pero no me podía quejar, ligaba de vez en cuando y parecía que había encontrado una chica que podía llegar a más. El timbre me saca de mis pensamientos, me pongo la máscara, abro y pago.
Desde que mi familia se fue y heredé la casa y el dineral del seguro no he salido mucho, me traen la compra a casa y siempre encargó la comida en algún lugar. Simplemente soy uno de esos bichos raros a los que nadie nunca ve, o al menos quién me ve no lo puede contar.
Cuando fui consciente de que mi vida había sido arruinada decidí vengarme de todas esas personas que conducen cuando han bebido. Es muy simple, cojo el antiguo coche de policía de mi padre y me pongo su uniforme. Simulo un control en algún punto cercano a la zona de fiesta y cuando paren a soplar los abro en canal, a quién conduzca y a sus compañeros.
Me gusta patrullar la ciudad yo y el cuerpo inerte de lo que un día fue una preciosa chica. Me gusta el sonido de la carne al abrirse, el olor metálico de la sangre pero lo que más me gusta es el coleccionar nuevas máscaras, máscaras de piel humana.
Tal vez algún día compré un espejo para ver como quedan mis nuevos rostros.